A Emma Coronel, la esposa del campesino pobre que construyó a su madre un palacete fortificado en la agreste sierra de Sinaloa, el capo de la organización criminal más grande del mundo, que controla el 60% del mercado de heroína en EE UU y que ha escapado dos veces de la cárcel a golpe de soborno como esos personajes de la películas de mafiosos, no le consta que su marido, Joaquín Guzmán Loera, sea un narcotraficante.