Gallup, el 65 por ciento de los colombianos todavía no están convencidos del fin de la guerra

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Proceso de paz: Por qué la apatía

A pesar de la entrega de las 7.000 armas de las Farc, según Invamer Gallup el 65 por ciento de los colombianos todavía no están convencidos del fin de la guerra con ese grupo guerrillero. ¿Cómo se explica?

El martes pasado la ONU cerró el último de los 26 contenedores ubicados en las zonas veredales y certificó que allí quedaron 7.132 armas que hasta ese día empuñaron las Farc. Con ewsto, 6.803 hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a matar y a morir por la revolución, se comprometieron a que de ahora en adelante sus únicas armas serían los votos.

Pero Colombia es un país indescifrable. Mientras estos acontecimientos memorables les arrancaron lágrimas a los guerrilleros y admiración a los garantes y observadores internacionales, para el 65,2 por ciento de los colombianos, según la más reciente encuesta de Invamer Gallup, el proceso de paz con las Farc va por mal camino. En las redes sociales, según la Fundación Ideas para la Paz, el 49 por ciento de los comentarios estuvieron a favor y el 51 por ciento indiferente o en contra.

¿Por qué un hecho tan trascendental para Colombia se convirtió en rutina? ¿Qué implicaciones tiene esta apatía? Hay cuatro razones para ello.

Fatiga con el proceso de paz

A pesar de su importancia, el proceso de paz ha perdido interés para el público. Sus cinco años de duración, en los que los mismos argumentos se repiten una y otra vez, han llevado a que su progreso haya perdido valor noticioso. Todo lo que se repite básicamente es verdad: que se acaban 50 años de guerra, que Colombia será un país diferente, que los votos reemplazarán a las balas, etcétera. Sin embargo, la saturación de esas mismas frases día tras día hace que ya estén digeridas, ya sea a favor o en contra.

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Desde hace un año por lo menos seis eventos, aunque por hitos diferentes, han celebrado el mismo hecho: el fin de la guerra. Primero vino el cese del fuego, con el entonces secretario general de la ONU, Banki Moon en Cuba. Luego, el cierre del acuerdo en La Habana, que también tuvo su gran despliegue mediático. En septiembre la Décima Conferencia de las Farcratificó el desarme y que no darían marcha atrás. Y una semana después vino la apoteósica firma del acuerdo en Cartagena, que por pomposa irritó a muchos. Sorprendentemente, pocos días después llegó el tsunami de la derrota del plebiscito y a renglón seguido la segunda apoteosis: el Premio Nobel del presidente, lo cual le exigía repetir el mismo discurso.

Con la entrega de las armas ha pasado algo parecido. Se convirtió en noticia la primera entrega del 40 por ciento de los fusiles en los contenedores. Algo similar sucedió cuando se anunció que se había llegado al 60. De ahí que cuando esta semana se volvió realidad el final de ese proceso y el desarme efectivo de las Farc, la noticia no despertó el entusiasmo ni se le dio la importancia que ameritaba.

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No es el fin de la violencia

Parte del desánimo de la gente tiene que ver también con las evidencias de que el fin de las Farc no es el fin de la violencia. Bombas como la del Centro Andino, así como las insensatas acciones del ELN y las desbordadas actividades de las bacrim como el Clan del Golfo y los asesinatos de líderes sociales, opacan realidades tan contundentes como la disminución de todas las cifras de violencia del país. Esa percepción se refleja en la encuesta de Gallup con un 86 por ciento de personas que creen que la inseguridad está empeorando. Esa percepción va en contra de las estadísticas. El fin de las Farc no solo ha reducido la violencia porque se silenciaron los fusiles de esa guerrilla, sino también de los de la fuerza pública. Todos los indicadores de violencia han caído. El índice de homicidios es el más bajo de los últimos 40 años, el secuestro lo ha hecho un 90 por ciento, y la extorsión ha descendido en algunos lugares críticos, como Caquetá, hasta un 42 por ciento.

No obstante lo anterior, un atentado con un explosivo artesanal como el de la bomba del Andino, puesto por un grupúsculo de terrorismo urbano que no llega a los 50 integrantes, produce una sensación de desasosiego y angustia. Esto neutraliza la noticia del desarme de 7.000 guerrilleros con entrenamiento militar que entregaron ametralladoras, fusiles, pistolas, granadas, explosivos y hasta cohetes, y que pusieron durante varias décadas en jaque al país.

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Temor por el futuro

La otra razón por la que muchos colombianos no han considerado una buena noticia el desarme de las Farc es que muchos opinan que el acuerdo firmado entre el gobierno y las Farc no solo no es bueno sino que es peligroso. En otras palabras, que en lugar de cerrarse un capítulo negro de la historia de Colombia se está cambiando un mal por otro.

En sectores críticos se preocupan por asuntos como el manoseo de la Constitución, el tratamiento del tema agrario, los compromisos adquiridos para sustituir los cultivos ilícitos y sobre todo por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Detrás de estos temores está el fantasma del castrochavismo. Eso significaría que al haberles dado a las Farc la oportunidad de hacer política, tienen la posibilidad de llegar al poder apoyados por jueces de izquierda que van a meter a la cárcel a los militares, a expropiar las tierras, a restringir las libertades y a dejar al país venezolanizado y desabastecido.

Ese escenario es poco probable por el odio a las Farc, por la tradición institucional del país, por los antecedentes históricos de casos como el del M-19 y por encima de todo eso, porque no hay plata. El castrochavismo se basó en hacer regalos al pueblo, a los países de la región (principalmente a Cuba) por cuenta de la inmensa riqueza petrolera de Venezuela. Colombia en cambio sufre paros porque no se les puede ni siquiera aumentar el sueldo a los maestros.

Esos temores han sido alimentados por la narrativa de la feroz oposición, liderada por el expresidente Álvaro Uribe, quien ha sabido utilizar muy bien electoralmente. Pero sería simplista pretender que una sola persona ha hipnotizado a más del 50 por ciento de los colombianos para que no puedan ver a un supuesto país perfecto que se avecina. Muchas personas serias han estudiado los acuerdos y tienen inquietudes legítimas frente a ellos. La oposición las ha magnificado y explotado políticamente, pero la negociación del acuerdo ha sido difícil, ha dejado cabos sueltos y no se puede minimizar que el posconflicto no va a ser un camino de rosas.

El más seguro desenlace es que castrochavismo no va a haber, pero muchos problemas sí. A mediano y largo plazo Colombia será un país mejor que el que hubiera sido si no se pone fin a la guerra con las Farc. Pero eso solo lo demostrará el transcurso del tiempo y los hechos y no las promesas tranquilizarán a los escépticos. Mas no a los fanáticos.

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Posiciones inamovibles

Un cuarto elemento es que por más evidencias que haya sobre el fin de la guerra y la voluntad de la guerrilla de entrar definitivamente a la civilidad, las ideas fijas y los prejuicios no cambiarán.

Hoy en Colombia nadie cambia de opinión. Los que creen que las Farc entregaron 7.132 armas, pero conservan otras 7.000, lo van a seguir creyendo. Para ellos las explicaciones del presidente Santos y del ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, de que anteriormente ya el Estado tenía en sus manos otras 40.000 armas provenientes de incautaciones u otras desmovilizaciones, siempre caerán en oídos sordos. Tampoco convencerá la certificación de la ONU de que las Farc son la guerrilla del mundo que más armas ha entregado por hombre, y que están en buenas condiciones y son relativamente nuevas. Como ha dicho la analista Laura Gil, si alguien está convencido de que la tierra es plana ni siquiera las fotos del planeta redondo tomadas desde el espacio lo harán cambiar de posición. Probablemente dirán que se trata de un montaje hecho en un estudio cinematográfico, como sucedió con algunos incrédulos que alegan que el hombre nunca llegó a la luna.

Como nunca se supo cuántas armas tenían las Farc, nunca se podrá saber exactamente si entregaron el ciento por ciento, el 90, el 80 o el 70. Muchos milicianos y guerrilleros no llegaron al desarme. Se calcula que los disidentes del proceso de paz son por lo menos 600 hombres. Pero el hecho de fondo es que los 6.803 que se acogieron a los acuerdos y entregaron sus armas tienen como prioridad su reinserción a la vida civil y no su regreso a la guerra ni a la delincuencia.

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Definitivamente el desarme de las Farc no representa el fin del ciento por ciento de la violencia en Colombia. Esa guerrilla era el más grande de los grupos armados que desafió al Estado y se convirtió en el enemigo número uno de los colombianos. Pero no es el único factor de violencia. Con las Farc desmovilizadas se acabará gran parte de la violencia que había en el país y habrá miles de muertes menos de las que hubo en el pasado. Nunca habrá una paz ideal, pero no se puede minimizar el logro histórico de desarmar a las Farc.

 

 

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