Se necesitaba un tipo como Santos

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El acuerdo logrado ayer por las Farc y el Gobierno vuelve irreversible el fin de esa guerrilla como grupo armado. Es un logro inmenso de los negociadores de lado y lado, y es un triunfo de Juan Manuel Santos. Quizás solo una persona con sus características personales podría haberlo logrado.

 

El acuerdo con las Farc surgió en un contexto internacional y nacional muy favorable. La llegada al poder de ex guerrilleros de izquierda en todo América Latina fue una señal contundente para los jefes de las Farc, que ya habían visto a varios de sus compañeros bombardeados desde el aire mientras dormían, con sus cuerpos destrozados en una bolsa negra y expuestos en todos los medios como terroristas durante los años de la Seguridad Democrática de Uribe.

También fue clave la convicción de Hugo Chávez de que la guerrilla en Colombia más que facilitar la expansión de su socialismo del Siglo XXI se había convertido en un obstáculo porque propiciaba el fortalecimiento de la derecha, que convirtió en estímulo para que las Farc negociaran.

Y ayudó que después de que se acabara el Plan Colombia, de pagar dos veces el impuesto al patrimonio y de ver a más de dos mil soldados acusados de falsos positivos, los más poderosos del Establecimiento se convencieran de que era menos costosa una negociación de paz que seguir intentando una derrota militar.

Pero, aun en este contexto, la figura de Juan Manuel Santos para liderar esta negociación ha resultado ser un factor crucial.

Lo bueno

Santos ha sido famoso toda su vida por su habilidad para escoger buenos equipos y el equipo de negociadores es un ejemplo de eso.

La escogencia de Humberto de la Calle como jefe negociador era quizás una apuesta obvia, pero no por eso menos ideal: un ex vicepresidente de la República, ex constituyente, culto, con gran habilidad política, experiencia en procesos de paz y aparentemente retirado de la política.

La de Sergio Jaramillo era menos obvia porque no era conocido por la opinión pública, las relaciones públicas no son su fuerte y no tiene ningún apuntalamiento político. Sin embargo, su independencia y claridad conceptual le permitieron diseñar un proceso serio y atenerse a el.

A Santos también le sirvió su íntimo conocimiento del Estado. Como ya había jugado en varios frentes, tanto del Ejecutivo como del Legislativo, sabía cómo mover varias fichas al tiempo y anticipar los escenarios.

Ser un Presidente con mundo, con capacidad para pensar en grande, sin complejos para entablar relaciones al más alto nivel y los contactos para hacerlo, permitió crearle al proceso un ambiente internacional favorable casi desde el primer día.

Ser un hombre frío, calculador, a quien muy pocas cosas conmueven y muy pocas perturban, ha sido un activo grande pues le ha permitido no echar todo por la borda en los momentos más difíciles que atravesó el proceso. Por ejemplo, cuando las Farc mataron a 11 soldados en Buenos Aires (Cauca), o cuando secuestraron al general Alzate o incluso, tras el episodio de Conejo.

Pero, paradójicamente, lo que quizás más ha ayudado a este proceso son los defectos que más se le critican a Juan Manuel Santos.

Defectos que se volvieron virtudes

Un amigo cercano de Juan Manuel Santos le dijo a La Silla cuando escribimos un perfil de él, que para el Presidente “Todos somos para él un peón y jugamos un papel dentro de su juego. Uno puede no saber cuál, pero él sí sabe».

Otros que lo han conocido a lo largo de los años y que incluso trabajan con él y lo admiran coinciden en que con tal de conseguir sus objetivos “vende hasta su mamá” y unos más admiten que “más que convicciones él tiene ambiciones”. Y su ambición más grande es pasar a la historia.

Son tres descripciones poco halagadoras desde el punto de vista personal pero que ayudaron mucho a lo largo de estos cuatro años de negociación.

Después de ocho años de un presidente tan popular y con un discurso tan duro contra las Farc como Alvaro Uribe, transitar hacia una negociación no era un escenario concebible políticamente. Santos disciplinó durante toda la campaña su discurso para convencer a los votantes (con la ayuda del estratega JJ Rendón, y después de que fracasó de su primera estrategia ‘naranja’ ante la ola Verde) de que elegirlo a él era elegir a Uribe otros ocho años.

Para cumplir su sueño de pasar a la historia encontró un camino obvio pero no por ello menos difícil: lograr el fin del conflicto con las Farc.

Y tan pronto ganó la elección con los votos uribistas empezó a hablar de la “llave” de la paz y en la primera legislatura metió la ‘frasecita’ de que en Colombia había un conflicto armado, abandonando la idea uribista de que no existía conflicto sino una amenaza terrorista, y poniendo así el primer ladrillo para una negociación con las Farc (que ya estaba en contactos secretos con el Gobierno).

En ese propósito sin duda le ayudó conocer las entrañas de los factores de poder de Colombia y, sobre todo, haber sido y ser parte sustancial de ellas.

En muy poco tiempo, Santos logró poner de su lado a los mismos cacaos que habían apoyado la guerra frontal contra las Farc de Uribe. De los grandes ricos del país el único que no está con la negociación es Carlos Ardila Lulle, dueño de RCN.

De resto, Santos ha alineado -con distintos grados de entusiasmo- a Luis Carlos Sarmiento, los Santodomingo, la mayor parte del Grupo Empresarial Antioqueño, los Eder y los Caicedo del Valle y los Char de Barranquilla. Basta mirar la junta directiva de la fundación “Todos por la paz”, creada con el guiño de Santos para promover el sí en el plebiscito, para entender que la cúpula del establecimiento empresarial está con él y con la negociación.

Al final, puso el factor Plata del lado de la negociación, con la excepción notoria de muchos de los ganaderos de la Costa, que suelen ser considerados otro tipo de ricos.

Al tener de su lado al establecimiento empresarial, Santos también puso de su lado a los dueños de los grandes medios, y con ellos a los directores de los grandes medios.

Incluso los mismos que entre 2002 y 2010 facilitaron el ‘estado de opinión’ de Uribe estuvieron del lado del Presidente desde el primer dia que se abrió la negociación.

A eso ayudó que, por venir de una familia de periodistas, Santos entiende cómo piensan. Pero sobre todo contribuyó que es familiar o amigo íntimo de tres de los directores de medios más influyentes de Colombia: es cuñado de Roberto Pombo, el director del Tiempo; amigo de Julio Sánchez Cristo, director de La W; y tío de Alejandro Santos, director de Semana. Encima, como contó La Silla, su primer gabinete tenía toda suerte de vínculos con los principales medios nacionales.

En principio, el establecimiento político era más dificil de alinear, por el uribismo de muchos políticos y porque Santos nunca había hecho una campaña. Pero para eso usó una mezcla de la manzanilla, a la que Santos nunca le ha tenido asco; el miedo al regreso de Uribe, que Santos equiparó con el regreso a “la guerra”; y la ilusión que generaba en la izquierda el fin del conflicto con las Farc.

Santos supo aprovechar y potenciar las tres según las expectativas de cada sector. Lo hizo para ganar la reelección, para impulsar las leyes claves del proceso de paz y lo está haciendo ahora para pavimentarle el camino al plebiscito.

Evidencia de ello es su más reciente ñoñomanía que ha puesto a los dos electores más grandes de su partido nuevamente en su redil, la composición del gabinete para el plebiscito con políticos con capacidad de movilizar votos en sus regiones y la llevada de la ex candidata presidencial del Polo Clara López al Mintrabajo, donde está rearmando su Frente Amplio por la Paz con toda la izquierda salvo el Moir del senador Robledo.

Con los factores Plata, Medios y Política de su lado, faltaba por alinear el más difícil, el militar. Pero para eso Santos también era “el tipo”.

En un principio, porque venía de la élite y había sido el Ministro de Defensa de Uribe que no tuvo reparos en bombardear a Alfonso Cano cuando ya estaba en contactos con él. Y porque siendo un hombre de derecha no generaba sospecha entre la mayoría de los militares. Menos cuando metió al general Jorge Enrique Mora como uno de los negociadores plenipotenciarios.

Pero, más importante aún, los conocía por dentro y sabía cuál línea de ascenso tenía que frustrar y cual tenía que impulsar, y en qué momento convenía hacer lo uno o lo otro. También entendió, más allá del discurso de los oficiales en retiro (que Santos terminó dividiendo al impulsar a un oficial más pro-negociación en el gremio de generales retirados, el Cuerpo de Generales y Almirantes en Retiro), cuáles eran sus verdaderos miedos y necesidades, y les dio lo que necesitaban.

Ni Álvaro Uribe, que ha sido el presidente mas querido por los militares, los consintio tanto como Santos, que les puso un Ministro de Defensa que ante todo era su vocero; impulsó proyectos de ley queayudaban a los militares investigados; les dio el fuero que querían; les mantuvo la estabiliad laboral y el manejo de una contratción millonaria; y les ofreció hacer misiones de paz en el exterior para recibir mejores sueldos.

Los militares titubearon. Pero después de que Uribe no logró ganar las elecciones con Oscar Iván Zuluaga y cuando vieron que en el acuerdo de justicia transicional tendrán un trato benigno para los que cometieron crímenes, incluyendo el ser juzgados de acuerdo al Derecho Internacional Humanitario y no el Código Penal, la balanza se inclinó hacia Santos.

Con ellos alineados a partir del cambio de cúpula de hace casi un año Santos había logrado tener a todos los factores de poder de su lado, salvo al pueblo y a Álvaro Uribe, que interpreta a una parte significativa de la población y les da el lenguaje para oponerse a lo pactado.

El pueblo es y ha sido el factor de poder que Santos no ha podido entender ni lograr poner de su lado (ni siquiera cuando ganó las dos elecciones, para las que necesito que otros le consiguieran los votos) y que será a partir de ahora su mayor reto, pues aprobado este acuerdo sobre cese bilateral y dejación de armas ahora viene asegurar su refrendación. Y las encuestas internas de Palacio, según le dijo una fuente a La Silla, muestran que hasta ayer había un empate con el no.

El pueblo en contra

El nivel de aprobación de Juan Manuel Santos en la más reciente Gallup es de 21 por ciento, el más bajo de un presidente desde la peor época de Andrés Pastrana (justo cuando negociaba con las Farc).

Hay varias cosas que contribuyen a su baja popularidad pero, como explicó Héctor Riveros en esta columna, el principal problema de Santos es de credibilidad.

A juzgar por las encuestas, y por lo que dice la gente en la calle, al Presidente le creen muy poco de lo que dice. Quizás porque no tiene problema en decir una cosa hoy y desdecirla mañana. “Solo los imbéciles no cambian de opinión” es una de sus frases más recordadas.

Esa ausencia de unas convicciones fuertes -como las que tendría un Mockus, por ejemplo-, que ha impedido que la mayoría de colombianos confíen en él, irónicamente ha sido clave para llegar hasta este punto de la negociación, pues ha hecho concesiones que un presidente más ortodoxo no hubiera hecho.

El ejemplo más concreto es el acuerdo de Justicia. Durante años, analistas y expertos afirmaron, como si estuviera grabado en piedra, que el Estatuto de Roma no permite nada menos que penas de cárcel para los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos por las Farc.

Después de mas de un año de que los negociadores trataran de llevar a las Farc por ese camino para blindar el acuerdo frente a la Corte Penal Internacional ý frente a la jurisdicción universal que predican las cortes de algunos países, Santos decidió -en contra de la opinión de Humberto de la Calle y de Sergio Jaramillo- abrirle “competencia” a la mesa de negociación con una comisión paralela de juristas que, con unas ‘líneas rojas’ mucho más holgadas y con una influencia notoria del hasta entonces paria Alvaro Leyva, sacaron el acuerdo de justicia en dos meses.

Con tal de destrabar la negociación, Santos no tuvo problemas en dejar colgados a los dos puntales del proceso (De la Calle y Jaramillo) que, ofendidos, podrían haberle dejada tirada la Mesa, como amenazó con hacerlo el general Mora cuando quedó pactado que la Comisión de la Verdad habría responsabilidades institucionales, algo a lo que el Ejército siempre se ha opuesto.

Santos apostó duro y a juzgar por la presencia ayer de los tres negociadores, de Ban-Ki Moon, el secretario general de la ONU, y la anterior venida del secretario de Estado gringo John Kerry, la apuesta le resultó.

Quizás el Presidente, como le dijo una fuente a La Silla, “puede arriesgar porque nunca ha tenido nada que perder. Ha tenido siempre todo, plata, poder”. Pero, lo más importante, no tiene más aspiraciones políticas en Colombia. Porque a Santos lo mueve su interés de pasar a la historia más que cuidar su legado. Por ejemplo, según lo que dice gente que trabaja a su lado, no le importa quien sea su sucesor (mientras no sea alguien de Uribe, que es su obsesión).

“El 8 de agosto del 2018 será ciudadano del mundo y lo de Caparrapí le vale nada”, dice la misma fuente.

Para preocuparse por lo que suceda después vendrán otros. Incluso si Santos hizo todo esto por ganarse el Nobel de la Paz, como afirman sus contradictores, logró lo que todos sus antecesores desde Belisario Betancur habían buscado pero no habían conseguido. Y haber llegado a este punto es un gran logro que ninguna megalomanía le quita

lasillavacia.com

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